
El Hospital Bicentenario
Sí, la competencia en salud es del Gobierno Central, pero los municipios sí están facultados a colaborar, y en esta parte, hoy más que nunca, la pregunta que toca hacer es: ¿Qué habría ocurrido si la Municipalidad no intervenía e interviene (en el control de la pandemia)?
Desde hace algún buen tiempo, un conocido medio de comunicación de Guayaquil dedica, con expreso objetivo de servicio político electoral, espacios noticiosos y de opinión para atacar a la administración municipal porque no “encuentra”, en ninguna parte, “algo” que pudiera ser una acción acertada. Podría decirse, más bien, que todo le parece mal y, por consiguiente merece censurarse. Sí, censura, porque la crítica es otra cosa.
En estos días, en su columna editorial –o sea la opinión del periódico (no de ningún columnista, de los cuales muchos en sus espacios hacen coro o producen eco sonoro, con el propósito arriba señalado), sin más ni más, afirma, para condenar la habilitación de la antigua maternidad convertida en el Hospital Bicentenario, que de esta forma la Municipalidad “reduce los fondos previstos para otros rubros…”, que no los precisa sino que, hábilmente, los mezcla dentro de los “asuntos ciudadanos que llevan años sin resolverse” y nombra transporte, calles, zonas verdes.
Mientras los habitantes de Guayaquil reconocen el trabajo que realiza la Alcaldía para combatir la pandemia y que hasta ahora arroja resultados positivos, por los que la OMS y la prestigiosa publicación inglesa Financial Times, también aplauden, el medio de marras está molesto con el flamante hospital y, desmesurado, pretende poner en duda la legalidad en la participación municipal. Sí, la competencia en salud es del Gobierno Central, pero los municipios sí están facultados a colaborar, y en esta parte, hoy más que nunca, la pregunta que toca hacer es: ¿Qué habría ocurrido si la Municipalidad no intervenía e interviene?
Estudios científicos han determinado que entre las enfermedades también consta la maldad y entre ellas está la gratuita, que, en el tema que abordamos, parece aplicarse muy bien. Es evidente que esa afección de maldad tiene perversos fines (por ejemplo políticos-electorales), matizados con egoísmo, manipulación, narcisismo y hasta rencor.
Los medios de comunicación pueden o no alinearse políticamente. No pueden, en ningún caso, mentir, tergiversar, manipular. En el caso que nos ocupa, todo indica que, además de maldad “la política se ha desplazado a la arena mediática”.